A pesar de su mayor interés e involucramiento en los temas de interés público, la mujer dominicana sigue siendo minimizada en la vida política nacional.
Reconocida con cuotas de representación congresual y municipal, aplicando políticas de “discriminación positiva”, la mujer dominicana dista mucho de tener oportunidades en la representación política y en el ejercicio del poder acorde con su tamaño como población y como fuerza electoral.
Las mujeres, digámoslo claramente, no sólo representan el 52% de la población del país, lideran la cantidad de estudiantes universitarios, sino también encabezamos por porcentajes de familias monoparentales y hasta la gestión de las microempresas.
No existe, que sepamos, un estudio que mida el aporte al PIB en función del género, pero es seguro que las mujeres también registran elevadas cuotas en materia de remesas, en ahorro y en el gasto familiar.
Cuando se revisan los padrones de los partidos y demás organizaciones políticas es fácil constatar que el porcentaje de mujeres siempre supera al de los hombres.
Y, me atrevería a afirmar, que, si la democracia dominicana ha superado muchos de sus obstáculos en los últimos cincuenta años, se debe, en buena parte, a que la educación en valores como la tolerancia, el pluralismo y la igualdad han sido insuflados a sus hijos, en forma mayoritaria, por millones de madres dominicanas.
A pesar de esto, la mujer dominicana sigue confrontando la exclusión, la discriminación y la invisibilización en materia política. Las mujeres no solo tienen menos oportunidades de representar y ser representadas por sus pares de género, sino que, del mismo modo, estamos más expuestas al acoso, los abusos y desconsideraciones de una estructura política patriarcal que sigue viendo a la mujer como un simple objeto, como una cosa de su propiedad, como un peón o una ficha en el tablero; negándonos a las mujeres nuestra dignidad y derechos.
Si alguna vez el movimiento “Me Too” (Yo también) llega a la política dominicana, algunos dirigentes políticos tendrán que dejar de pontificar y de asumir posturas en base a supuestos “criterios morales” e ideológicos. Porque moral es lo menos que tienen.
Las mujeres, sin embargo, tenemos que seguir luchando y defendiendo nuestros espacios, lejos de los ejercicios contaminados y dominados por viejas prácticas y las mismas mañas de siempre, debemos hacerlo en el amplio espectro ciudadano desde el cual se puede espetar al poder, confrontarlo, denunciar la corrupción que se cuela por muchas rendijas, exigiendo que se gobierne para todos, para los más necesitados, y no para los mismos grupos oligárquicos y dominantes de siempre que involucionan la sociedad.
Se impone purgar el ejercicio de la política, con la denuncia descarnada de los que acosan, de los que corrompen, de los que arman y consienten fraudes y de los que, sin justificación alguna, amasan enormes fortunas. La mujer dominicana tiene que seguir percibiéndose como sujeto de la reforma de la política, pero de una reforma que tiene que reconocernos nuestros espacios en la representación y el ejercicio del poder. Y luchar por lo que nos merecemos. Nadie nos ha regalado nada. Y en el futuro tampoco será igual.
