En la vieja política siempre se tuvo la concepción de que el dinero es lo más importante para las aspiraciones de un candidato, y lo fue, no obstante, aunque este garantiza la difusión de los planes y proyectos, luego del despertar ciudadano los fundamentos de marketing político demuestran que el mensaje cobró mayor relevancia.
Todos hemos sido testigos de casos en los que el recurso económico no garantizó el éxito electoral; aun en países como el nuestro, con una importante deuda social acumulada. La gente se ha vuelto cada vez es más crítica.
Manejar el poder con éxito trasciende el discurso, lograr la proyección de ese mensaje y hacerlo coincidir con el contexto social es un gran compromiso, pues eleva al máximo las expectativas del electorado que apostó a lo diferente.
Iniciado el año 180 d, C., el Imperio Romano se convirtió durante un siglo en el relajo de los pretorianos y el ejercito; acciones que ocasionaron la pérdida de las libertades ciudadanas, el fin de la autonomía respecto de las ciudades y empobrecimiento de la gente. A consecuencia de esta crisis, el emperador Diocleciano, entre el año 284 y 305, decidió trasladar la cede de su gobierno fuera de Roma para de esta forma evitar la influencia del Senado en sus decisiones.
Diocleciano, siguiendo el modelo de los regímenes despóticos orientales, centralizó la administración, eliminó los fueros y libertades que se habían conformado a lo largo de la historia e intento implementar un nuevo fundamento en el Imperio; orientándolo hacia un complicado ceremonial de corte religioso que lo llevó a perseguir a los cristianos por considerarlos sus rivales. Esta desconexión entre el discurso y las acciones es lo que finalmente empuja a Roma para convertirse al cristianismo.
Siempre que se acerca la fecha de rendir cuentas, los gobiernos y sus representantes están en la obligación de explicar a la ciudadanía la consecución de las metas concebidas en el discurso previo, el que les dio ganancia en el certamen electoral; asumiendo siempre que sus acciones deben encaminarse hacia la transparencia, institucionalidad, imparcialidad y eficiente gestión de los recursos públicos.
De la presente gestión podríamos señalar puntos luminosos, desaciertos, debilidades y hasta la impresión de algunas complicidades, sin embargo, hay un elemento en el que reposa la mayor obligación; honrar el discurso es lo que reforzará o desvanecerá el respaldo de la gente. Sancionar a quienes violan la Constitución, las Leyes, acosan, discriminan y persiguen, debería tener mayores consecuencias. La política es un proceso dinámico, dominado por las ideas.