La construcción y ejercicio del poder político se sustentan, en parte, con base sobre la movilización de los sentimientos y emociones del ser humano. Desde la antigüedad, el miedo se ha usado como un mecanismo de control, movilización y dominación política por parte de los grupos gobernantes.
En estos procesos rutinarios de nuestros sistemas políticos con impronta democrática, se implementan estrategias con dos fines esenciales; primero: ganar las elecciones y segundo: que los opositores no obtengan los votos suficientes para alcanzar el puesto en disputa. Como parte del juego estratégico, con frecuencia se hace uso del miedo, bajo el entendido de que este tipo de emociones básicas del ser humano resultan altamente redituables en el electorado.
Varios teóricos del poder a lo largo de la historia han estudiado el miedo como instrumento de la política. Hobbes consideró que la sociedad está fundada sobre el éste y que sin él no habría política, mientras que Maquiavelo, cerca del siglo XVI, lo consideraba como un substancial determinante del comportamiento, de ahí su reflexión que afirma “es más importante ser temido que ser amado”.
En su libro “El Gobierno de las Emociones” Victoria Camps refiere que la manipulación por miedo es un estrategia de comunicación, que se utiliza en las campañas negativas, para provocar abstención e insulfar este sentimiento de desconfianza respecto de los comicios.
De cara a las próximas elecciones extraordinarias generales del 05 de julio, hay un sector que con sus acciones ha pretendido inculcar temor a la población.
Las declaraciones recientes del actual gobierno, marcan con sutileza el camino que aparentemente se pretende recorrer, han evaluado la falta de experiencia del electorado ante situaciones de crisis sanitarias como la que enfrentamos por el COVID19. Pareciera que se busca la oportunidad de plantear a la sociedad, como parte de una estrategia publicitaria, el enfatizar que la pandemia no ha sido manejada de forma correcta y requiere de especial atención porque el futuro del país depende de superar esta amenaza.
Esa afirmación tiene trozos de verdad, sin embargo, quienes promueven la sensación de angustia, manipulando a la población, abrazan la intención de presentar la suspensión de las elecciones, o incidentarlas, con el argumento de que esto sería la única alternativa que garantizaría proveer una solución eficaz a la amenaza por contagio, y obviamente siendo alimentado por una cobertura mediática.
El electorado debe rechazar los intentos de aumentar la abstención en las próximas elecciones.
Con el fin de la dictadura trujillista se inició el proceso de construcción democrática dominicana, al día de hoy, estamos ante posiblemente la mayor crisis de las últimas décadas, en la que el gobierno se ha valido de todas las insidias a su alcance buscando ganar tiempo, para escapar de un escenario político y económico desfavorable.
El miedo debe ganar rechazo, es inaceptable el quiebre de la democracia. Nuestra Constitución en su artículo 208 claramente nos dice: “… El voto es personal, directo y secreto. Nadie puede ser obligado o coaccionado, bajo ningún pretexto, en el ejercicio de su derecho al sufragio ni a revelar su voto”. Guardemos el distanciamiento físico y las medidas preventivas de salud, pero votemos. Hagámoslo con conciencia, retomemos el camino seguro, sin miedo.