En mis años de juventud laboré para una de las principales cadenas de pizza del país y recuerdo lo que significaba para ellos el trato de los empleados hacia los clientes.
En algunos casos los empleados entendíamos o veíamos como absurdo la forma en que debíamos tratar a las personas que acudían a este establecimiento.
Desde una sonrisa al momento del saludo de bienvenida, hasta un dulce y suave, feliz resto del día, eran las normas de atender a aquellas personas que nos visitaban. Pero sobre todo, nunca, pero nunca, contradecirlos en cualquier petición que estos hicieran aún fueran imposibles de realizar; en tal caso se les ofrecía algo parecido a lo requerido, procurando no entrar en situaciones que pudieran generar disgustos.
Hoy en día vemos como algo normal, que un dependiente discuta y hasta invite a una persona a no volver al establecimiento si así lo desea, sin que esto llame la atención de superiores o incluso de los dueños.
Muchas veces al entrar a un lugar en busca de un servicio, nos encontramos con que la persona encargada de atender el mismo se encuentra con un celular en las manos y debemos esperar que le dé su voluntad de atendernos, para no escuchar el ya clásico, «si usted está rápido, siga su camino».
Asimismo, al momento de ejecutar el pago, cuando recibimos el cambio, se esmeran en buscar la mayor cantidad de monedas posibles para devolver y si por casualidad se te ocurre decirle que no quieres tanto menudo, la sugerencia es, «vamos a cancelar el pedido si usted quiere; yo solo tengo menudos».
Estas son situaciones difíciles e incómodas que vivimos a diario, a las cuales los propietarios de negocios, sobre todo las grandes cadenas, deben poner más atención.
SIN CLIENTES NO HAY NEGOCIOS Y SIN NEGOCIOS NO HAY EMPLEOS.