Calculadora en mano, William Henry Gates III (de Seattle y con 64 años) es el mayor filántropo de la historia. Forbes hizo la cuenta y llevaba donados más de 40.000 millones de dólares desde 1994. Erradicar la polio, que ningún niño muera de diarrea, frenar el cambio climático y, ahora, conseguir una vacuna contra el coronavirus son las prioridades de su agenda. Y más aún desde que se retiró de la junta directiva de Microsoft en marzo, aunque ya en 2008 dejó el cargo de presidente ejecutivo. Desde entonces solo participaba en el consejo de administración. Ahora, ni eso. Quiere centrarse completamente en la Fundación Bill y Melinda Gates. Cada vez tiene menos tiempo y son más ambiciosas sus metas. Por ello destina gran parte de su inmensa fortuna (112.000 millones de dólares) a cambiar el mundo. O, por utilizar su palabra fetiche, «optimizarlo». Es la jerga de los programadores. Su vocación.
¿Cómo reaccionan las redes sociales ante un tipo que pone tanto empeño en compartir su riqueza? Chris Anderson, director de TED, apunta un dato: cuatro millones de post diarios culpan a Bill Gates de la pandemia. Burlas, insultos y patrañas son de tan grueso calibre que causan sonrojo. Baste decir que se lo compara con el Anticristo. Gates está perplejo. En julio se sinceró con Anderson por videoconferencia: «Microsoft tenía su ración de controversia, pero por lo menos estaba relacionada con el mundo real. Si Windows se colgaba más de lo normal o si teníamos problemas con las leyes antimonopolio. Pero sabías de qué iba el asunto… Y, cuando esto emergió, mi instinto me decía que me lo tomase a broma. Pero me han aconsejado que me lo tome muy en serio porque lo que van diciendo por ahí es muy grave. Porque hará que la gente tenga dudas a la hora de vacunarse cuando tengamos una vacuna… Es como los que no quieren usar mascarilla. Así que no estoy seguro sobre qué decir o hacer… Esto de la conspiración es algo nuevo para mí. Además, ¿qué vas a decir cuando personas como Laura Ingraham (comentarista de Fox News) dicen por televisión que voy a implantar un chip para estudiar a los individuos? Es una burrada, pero mucha gente busca explicaciones más sencillas que estudiar virología».
Mi instinto era tomarme esto de la conspiración a broma. Pero es muy grave: hará que la gente dude a la hora de vacunarse. Así que no sé qué hacer; ¿qué puedes decir cuando escuchas en televisión que voy a implantar un chip a la gente?”
Gates también reflexiona en una reciente entrevista publicada por Wired sobre por qué se ha convertido en el personaje más odiado por los teóricos de la conspiración, reemplazando a George Soros en el papel de malvado oficial. «Tenemos un presidente que es escéptico con las vacunas. Cada vez que he hablado con Donald Trump ha terminado diciendo más o menos algo así: ‘Hey, no sé nada de vacunas, pero tienes que reunirte con este tipo, Robert Kennedy Jr.’, que es alguien que odia las vacunas y disemina tonterías sobre ellas. Kennedy Jr. (sobrino del presidente JFK), Roger Stone y Laura Ingraham mueven los hilos. Es el negacionismo propio de los círculos cercanos a Trump».
¿Hasta qué punto es una campaña premeditada o algo que se ha ido improvisando conforme la pandemia iba extendiéndose y mostrando la ineficacia de muchos gobiernos? Desde luego, Bill Gates era un blanco fácil porque es la cara más visible del tema sanitario internacional. Su conferencia TED de 2015 en la que predecía la llegada de un virus mortal tan peligroso o más que las guerras lo convertía en ‘profeta’ para muchos, pero para los conspiranoicos hacía fácil el discurso de que, en realidad, el virus lo había creado él mismo. Además, Gates es un gran promotor de las vacunas, especialmente en su lucha para erradicar la polio, algo que casi ha conseguido en África y la India, pero que también tiene su propia teoría de la conspiración: grupos como Boko Haram lo acusan de esterilizar a la población con ellas. Esquivar a esos radicales antivacunas, que incluso matan a los sanitarios que las distribuyen, es lo que ha impedido hasta ahora la total erradicación de la enfermedad.
Con la vacuna contra el coronavirus puede pasar algo similar. Aunque en este momento, paradójicamente, la carrera por conseguir una vacuna interesa incluso a quienes no creen en las vacunas. Según los analistas, que haya remontada de Trump puede depender de que presente un remedio antes de las elecciones de noviembre. Aunque Gates opina que no se terminará con la pandemia hasta finales de 2021 en el mundo rico y hasta que acabe 2022 en el resto del planeta, lleva donados unos 500 millones para la investigación de la vacuna, sobre todo en las tres propuestas que le parecen más prometedoras. la de AstraZeneca y la Universidad de Oxford (opción de Europa), la de Johnson & Johnson y la de Novavax Inc. También son las de coste más bajo: a lo sumo, tres dólares por dosis.
En parte es la propia filantropía y el aparente desapego de Bill Gates por el dinero, aunque es el hombre más rico del planeta tras Jeff Bezos, lo que molesta a muchos. Es un firme defensor de aumentar los impuestos a los ricos. En enero volvía a insistir: «Hemos actualizado nuestro sistema tributario en otras ocasiones para estar al día con la evolución de los tiempos y tenemos que hacerlo de nuevo, empezando por aumentar los impuestos de personas como yo». En esto cuenta con el apoyo de otros millonarios como su gran amigo Warren Buffett, a quien Gates convenció para que fuese donando poco a poco el 99 por ciento de su enorme fortuna a sus proyectos. Que no son solo sanitarios.
Las renovables no bastan
El proyecto más ambicioso de Gates no es la polio. Ni el coronavirus. Es la energía nuclear. «Esta pandemia es terrible, pero el cambio climático va a ser mucho peor». Gates ha hecho números. A nivel mundial, la COVID-19 alcanzó este mes una tasa de mortalidad de 14 fallecidos por cada 100.000 habitantes. El calentamiento global igualará esa tasa en 2060 y, si no se frena la emisión de gases, irá subiendo hasta alcanzar los 73 muertos por 100.000 habitantes a final de siglo. Y no se detendrá ahí…
«Me doy cuenta de que es duro pensar en un problema como el cambio climático justo ahora. Cuando el desastre golpea, la naturaleza humana tiende a preocuparse solo de las necesidades más inmediatas», reconoce. Gates ha asumido el papel de Casandra global, la pitonisa que predice el futuro (negro). «El mundo ha emitido menos gases de efecto invernadero. Esto es cierto, pero su importancia en la lucha contra el cambio climático se ha exagerado. Según la Agencia Internacional de la Energía, las emisiones se reducirán este año un 8 por ciento». No basta. Y, además, se ha hecho a costa de parar la economía. Gates sostiene que para que el coste de la reducción sea asumible no debe suponer más de 100 dólares por tonelada de carbono, pero según el Grupo Rhodium el coste está siendo de entre 3200 y 5400 dólares por tonelada. En resumen, nos arruinamos.
¿Adónde quiere ir a parar Gates? A que hay que mantener la economía activa, pero sin combustibles fósiles. Y con las renovables no es suficiente. ¿Cuál es su apuesta? Aquí está la madre del cordero. Gates es un defensor de la energía nuclear, como él mismo explica en el documental Bill Gates, bajo la lupa (Netflix). El empresario montó una start-up para financiar proyectos innovadores. Se llama Gates Ventures. Y le pidió a su equipo «mil ideas locas» para acabar con el cambio climático. Después de ponderarlas todas, llegó a una conclusión impopular: la humanidad debe volver a confiar en el átomo. Pero en un átomo limpio y seguro. ¿Es eso factible? Gates cree que sí. Lleva una década embarcado en esta cruzada. Los desastres de Chernóbil y Fukushima no ayudan a generar confianza, reconoce. Pero eso no lo arredra. Gates sostiene que las centrales accidentadas estaban obsoletas porque fueron construidas con conceptos de las décadas de 1940 a 1970. «No ha habido innovación en 25 años». Y esa es su especialidad. «En cualquier problema, siempre buscaré cómo la innovación tecnológica puede resolverlo. Eso es lo que me gusta y para lo que soy bueno», dice.
La gran apuesta de Gates es la energía nuclear. Ha desarrollado un revolucionario reactor a prueba de accidentes y sin emisiones. Pero hay que construir la central… ¿Donde? China está dispuesta
Buscó a los científicos con más conocimientos del tema, como el astrofísico Lowell Wood -el inventor con «más patentes que Thomas Alva Edison»- y en 2006 creó Terra Power para desarrollar un nuevo tipo de reactor nuclear. «Es el tipo de innovación que quizá no se llevaría a cabo si no intervengo. Precisa de cientos de millones de dólares, convocar a cientos de científicos… No lo haría si no fuera por el cambio climático», explica Gates.
Después de llevar cinco años haciendo cálculos matemáticos, crearon un prototipo de un nuevo tipo de reactor, conocido como ‘de onda de propagación’, que emplea uranio empobrecido, (no el enriquecido, que también se usa en armas nucleares), utiliza sodio como refrigerante y, en teoría, es imposible que la fisión produzca una reacción en cadena, incluso si hay un fallo humano, un atentado o una catástrofe. Además, el combustible sería obtenido de los desechos de plantas nucleares que ya existen. Hay toneladas de ese uranio disponibles, solo hay que reciclarlas. Con los residuos almacenados en Kentucky se podría abastecer de electricidad a Estados Unidos durante más de un siglo. El coste medioambiental es bajo. Y las emisiones, cercanas a cero.
La propuesta de Gates no solo molesta a los detractores de la energía nuclear. Existe un lobby muy poderoso que quiere seguir exprimiendo el petróleo. Y Trump, muy relacionado con ese círculo, acaba de anunciar un plan para perforar en parajes protegidos de Alaska.
Además, ¿dónde construir la primera central? Larry Cohen, CEO de Gates Ventures, responde en el documental con una sinceridad sorprendente: «China las construye rápido, las hace baratas y sabe dónde posicionar estas malditas cosas».
Gates asegura que él preferiría que sus hijos vivieran cerca de una de estas plantas antes que en el entorno de una térmica de carbón, pero lo cierto es que la propuesta inicial siempre fue China y no Estados Unidos. Y aquí viene el otro escenario que soporta gran parte de las teorías de la conspiración. Gates lleva una década desarrollando una relación con China. Primero, porque para fabricar los retretes que se deshacen de las heces sin necesidad de sistema de alcantarillado, determinantes para acabar con la muerte de miles de niños en África, necesitaba un fabricante barato. Luego, para llegar a un acuerdo de colaboración para instalar centrales nucleares de cuarta generación en suelo chino. Gates llegó a ese acuerdo en 2015 cuando el presidente Xi Jinping visitó la ciudad de Seattle, hogar del cofundador de Microsoft.
Pero entonces el presidente Trump le declaró la guerra comercial a China y en 2018 suspendió los acuerdos bilaterales. Al enterarse, Gates solo dijo: «¡Oh, mierda!». No puede desarrollar el proyecto conjunto con China, pero tampoco ha desistido. Terra Power está trabajando para poner el reactor en marcha en Estados Unidos. No será fácil con la enorme desconfianza hacia la energía nuclear. Pero Gates no es de los que se rinden. A lo sumo se aplica uno de los consejos que él da a los jóvenes: «Acostúmbrate; la vida no es justa».
Bill Gates y las mujeres
Cuando a Bill Gates le preguntan en un reciente documental cuál ha sido el peor día de su vida, responde: «El día que murió mi madre». Mary Maxwell Gates, empresaria y muy sociable, fue la primera mujer en el consejo de administración de importantes fundaciones y compañías de Seattle. Ella consiguió (aunque le costó) que su hijo no pensara solo en unos y ceros. Labor que pronto recayó en Melinda, la más joven y brillante ingeniera de Microsoft. Bill solo se fijó en ella cuando se sentaron juntos en una cena por casualidad, pero se casaron pronto, en 1994, el mismo año que falleció su madre (murió de cáncer a los 64 años, poco después de la foto de arriba, tomada en la boda).
Los Gates tienen tres hijos: Jennifer, de 24 años; Rory, de 21; y Phoebe, de 17. El ‘talento emergente’ es Jennifer, que estudia Medicina. Cuando le preguntan a Bill si muriese de repente qué lamentaría no haber dicho o hecho, responde visiblemente emocionado: «Darle las gracias a Melinda».