En los tiempos de las grandes guerras cada éxito dependía del consenso y trabajo en equipo, logrado con orden y disciplina, igual ocurre en los partidos políticos hasta nuestros días. Construir la identidad partidaria trasciende lo establecido en los estatutos de cualquier organización; ese vínculo y sentido de pertenencia, es lo que los hace atractivos para la ciudadanía no política que en la actualidad ha cobrado fuerza y es tomadora de decisiones.
La gente asume que los partidos y agrupaciones políticas tienen, o deben tener, dimensiones morales y estructurales, esto porque la capacidad de crear esas instituciones equivale a la necesidad de crear los intereses públicos.
El interés público se ha caracterizado tradicionalmente con valores y normas abstractos, ideales como la Ley natural, sustantivos; la justicia o razón valedera, los intereses de un sujeto especifico “L’ etat c’est moi”, grupos, o tal vez los resultados de un proceso competitivo. En todos esos enfoques el objetivo es establecer una definición concreta.
La teoría de la Ley natural sostiene que las acciones de los gobiernos son legítimas siempre que coincidan con la filosofía pública; para la teoría democrática, la legitimidad deriva de la medida en la que se encarna la voluntad del pueblo. No obstante, en términos de concepto respecto del procedimiento, son legítimas si estas representan el resultado de un proceso de conflicto y los compromisos derivados que han convenido los grupos interesados.
Entre la sociedad y los partidos políticos hay una relación dialéctica, que, si es sabiamente aprovechada, no solo fortalece la identidad partidaria, sino que refuerza el vínculo de simpatía.
Un amigo lector, que nos hace el honor de interesarse por nuestras ideas y publicaciones, nos recomendó tres títulos muy interesantes para quienes les mueva investigar respecto de estos temas: Pobres, pobreza, identidad y representaciones sociales, de Irene Vasilachis; Identidad y Diferencia de Jaime Labastida; y Cultura, identidad y política de Ernest Gellner. Identificar los recursos de información, sin dudas, nos dan criterios para implementar el hacking cívico, pasando balance a las actuaciones de nuestros lideres.
Los ciudadanos se identifican con los actores políticos que han definido su identidad y asumen causas, aquellos que muestran lealtad hacia los intereses nacionales, quienes trascienden la arenga y el discurso de las promesas ideales. Particularmente, cuando decido ser un agente de innovación política, estoy defendiendo mi derecho democrático a participar en los espacios políticos de visión colectiva, aquellos que se proponen efectivas reformas sociales.
Desde esta perspectiva, puedo inferir que el primer paso para fortalecer la identidad o definirla, es estimular el liderazgo disruptivo, identificando las áreas sociales donde existe crisis de representación y es posible construir mesas de trabajo en las que se levanten políticas públicas co-creadas con la sociedad y proyectos sociales plurales, que estén basados en las experiencias.
Estas inquietudes las expresé en el primer encuentro que realizó el espacio Think Thank Amigos de la Fuerza, dejando entre los presentes las inquietudes respecto de estos temas. Adaptarnos a la gente, convencerlos sobre las propuestas habla de nuestra identidad, ¿Qué ofrecemos nosotros que nos distingue de los demás partidos políticos? Recordemos que el liderazgo diverso y la identidad tienen responsabilidad en la construcción del tejido social que demanda este tiempo.