La desafección y el descrédito de la política es un fenómeno que crece y crece a nivel mundial y esto se manifiesta en el voto que hoy por hoy, ya no es un premio, sino más bien, un castigo, según el maestro de comunicación política Antoni Gutiérrez, algunos estudios demuestran tendencias de comportamiento electoral en las que claramente se ve que disminuye la fidelidad de voto, aumenta la inestabilidad, la fragmentación, la indecisión y la volatilidad al momento de inclinarse por quien votar.
La animadversión y el descrédito de la política crecen en muchas partes del mundo, todo aquello que se asocia con la palabra política o político, genera rechazo por todo lo que ello implica, para muchos es sinónimo de corrupción, autoritarismo, nepotismo, totalitarismo, etc.
Slavoj Zizek observa que ”asistimos a una nueva forma de negación de lo político: la posmoderna pospolítica, no ya solo reprime lo político, intentando contenerlo y pacificar la reemergencia de lo reprimido, sino que, con mayor eficacia, lo excluye”, entonces, no solo estamos ante el fin del poder, sino también ante el fin de la política como la conocemos hasta ahora.
Los ciudadanos en esta corta vida democrática en Latinoamérica han encontrado diferentes mecanismos para castigar las malas gestiones de los gobiernos y tienen múltiples maneras de expresar su descontento.
Por un lado, tenemos el voto nulo, una práctica que consiste en tomar una postura en contra del sistema político.
Por otro lado tenemos el abstencionismo, donde los ciudadanos por falta de interés o hartazgo en los políticos de siempre, viéndolos a todos por igual, sin diferenciar sus visiones, proyectos políticos o candidatos, deciden no asistir el día de la elección, al considerarlo una pérdida de tiempo.
Por último tenemos el voto castigo el “revés político” y al que más le teme la clases política, el ciudadano vota por el adversario, pero no por su propuesta seria necesariamente, sino, porque vota por el menos peor. Ocurre que en los últimos años, mucha gente sale a votar con el ánimo de castigar la mala administración de los gobiernos de turno.
Para que esto ocurra existen muchos factores, el desgaste y el deterioro por ejemplo, los gobiernos con largos períodos de tiempo, inevitablemente tendrán que elegir entre mantener los mismos dirigentes como candidatos y arriesgar una derrota electoral, u optimizar sus posibilidades de mantenerse en el poder trabajando en nuevos liderazgos dentro de sus filas.
Los detonantes que motivan a los ciudadanos a tomar estas decisiones no son las más aconsejables, si bien la ira y el rechazo son emociones legítimas, la personas no están eligiendo a los mejores, la mayoría de las veces pesa más la desafección y el hartazgo que una propuesta seria de país.
Siempre hubo el llamado “voto de castigo”, pero lo que más llama la atención, es que el discurso populista encuentra a sus potenciales electores en el malestar, el resentimiento, la marcada polarización y el odio del ciudadano.