La mujer ha sido innovadora en el transcurso de la historia, jugando un rol importante en acontecimientos relevantes de la humanidad y encabezando su propia lucha por el reconocimiento, respeto y ejercicio pleno de sus derechos sociales y políticos.
Los hechos dan cuenta de que el prólogo de los movimientos feministas se redactó en Francia con la Revolución Francesa, y luego de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, fueron reconocidos muchos derechos a las mujeres.
Para aquella fecha, Mary Wollstonecraft, una luchadora y decidida mujer recordó a los revolucionarios que en su declaración habían ignorado los derechos de las mujeres y en procura de remediar esto escribió en 1792 “Vindicación de los Derechos de la Mujer”, en la que sale al frente a una serie de prejuicios y estigmas contra las mujeres expuestos en obras de autores de la talla del francés Jean Jacques Rousseau -quien decía que las mujeres debían ser educadores para el placer-, y el británico Edmundo Burke, quien asociaba la debilidad a lo femenino.
En 1870 se reiniciaron las discusiones sobre la formación universitaria y profesional de la mujer, que había tenido como desencadenante a Florence Nightingale, responsable de la organización sanitaria en la guerra de Crimea en el año 1855. Esta extraordinaria mujer buscó enfermeras cualificadas, las que garantizando la asistencia médica de calidad en medio del conflicto bélico, consiguieron la reducción de la tasa de mortalidad de los soldados heridos de 42 al 1 por ciento. La combinación mujer e innovación fue exitosa para enfrentar las secuelas fatales de esa guerra.
Al finalizar la guerra formaron el sistema sanitario del ejército y Nightingale colaboró en la consolidación de la Cruz Roja, organismo que había fundado Henri Dunant y que hasta la actualidad realiza una labor social en todo el mundo.
De forma paralela a estos esfuerzos se fueron fundando los “Women´s Collage” en las universidades de Oxford y Cambrige, lo que permitió a las mujeres acceder a la enseñanza superior con una participación destacada.
A mediados de 1870 Emma Patterson ya había fundado un sindicato de mujeres trabajadoras, George Bernard Shaw dedicaba su talento como dramaturgo al tema de la emancipación de la mujer.
No obstante, no fue hasta el suffrage, o movimiento sufragista de principios del siglo XX, cuando la exigencia por el respeto de los derechos de la mujer alcanzó una dimensión política de envergadura, al reclamarse el derecho al voto por parte de las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres.
En 1906 Emmline Pankhurts fundó la Unión Femenina Social y Política, y en 1907 se creó la Liga de Hombres a favor del Sufragio Femenino, convirtiéndose su revista Votes for Women en la voz de sus militantes. Todo esto, por el reconocimiento del derecho a la igualdad política entre mujeres y hombres.
Para el año 1966, la organización NOW (National Organisation of Women) en el marco del movimiento en pro de los derechos civiles en Estados Unidos, fue el punto de partida para el movimiento cultural revolucionario feminista, consiguiendo que las mujeres políticas lograran la aceptación de todas las formas gramaticales femeninas en los textos oficiales del Estado. Sin dudas, la conquista de una innovadora propuesta.
Desde entonces, hasta nuestros días, las mujeres hemos alcanzado grandes conquistas, incluyendo el derecho al voto en la mayoría de las democracias, ya sean presidencialistas o parlamentarias. Incluso, muchas democracias modernas han sido dirigidas por mujeres excepcionales como Angela Merkel, Margaret Thatcher, Indhira Gandhi, Benazir Bhutto, Golda Meir, Michelle Bachelet, Dhilam Roussef, Violeta Chamorro, Corazón Aquino, Laura Chinchilla, Cristina Fernández, Mireya Moscoso, Isabel Perón, y muchas otras más.
Pero eso no es suficiente, porque el derecho al voto es un acto de reafirmación democrática formal, que ocurre una vez cada cuatro, cinco o seis años (dependiendo de la duración de los mandatos, pudiendo ser mas frecuente en los regímenes parlamentarios).
Ese ritual de consulta de la “voluntad popular” tiene que complementarse con un acceso de las mujeres a los cargos de decisión política en condiciones de igualdad. Nunca hemos creido en las “cuotas de participación” de las mujeres (aunque reconocemos que en países como el nuestro aún son necesarias), que muchas veces sólo reafirman una condición de desigualdad real, sino en el derecho que tenemos todas las mujeres de acceder a los puestos de decisión política en igualdad de condiciones, tomando en cuenta nuestros talentos, nuestra experiencia y formación.
Ahora bien, una mayor participación de la mujer en los puestos o cargos de decisión política no debe ser el resultado de meras “aplicaciones de la ley”, sino que es necesario fomentar una cultura de igualdad política hombre-mujer, en la que la sociedad civil y, sobre todo, los partidos políticos deben jugar un rol importante.
Los partidos no pueden defender los derechos de igualdad política de las mujeres, cuando sus cúpulas no son el reflejo de esa “igualdad” que se pregona, sino que replican las viejas estructuras patriarcales y machistas de los siglos pasados.
Lo que está sucediendo en las escuelas y universidades, donde en muchos casos las matrículas femeninas superan las de los hombres, y lo propio sucede en muchas medianas y grandes empresas a nivel ejecutivo, deja claro que la renovación política a que está abocado el sistema político dominicano -y el partidario en particular-, pasa por darle cada día una mayor participación y protagonismo a ese ejército de mujeres dominicanas que, en las últimas décadas se han venido formando, educando, y esperando la oportunidad de servir de la mejor forma posible a su país.
No habrá una transformación importante en la sociedad dominicana si las mujeres siguen siendo excluidas o marginadas de las grandes decisiones políticas, y de los puestos de decisión, que no por “cuotas” -por el hecho de ser mujeres-, sino por capacidad, talento, honestidad y dedicación, deberían estar desempeñando.