La sociedad contemporánea ha venido interpretando de manera superficial las características esenciales que adornan el éxito. Una gran parte de nuestros jóvenes concentra sus propósitos sólo en dos aspectos: La desmesura material y la imagen personal.
Durante años, nos dijeron que el preludio al éxito estaba lleno de incógnitas y de grandes desafíos. Hoy, la rapidez hacia el logro material enfrenta al mito del progreso moral, dejándonos vulnerables ante una nueva felicidad que nos dicta como ‘ser millonario en minutos’, dietas que vuelan de la ‘A a la Z’ y cuerpos o caras ‘perfectas’ que tientan a su emulación de cualquier manera.
Por su lado, los profetas virtuales o influencers siembran la cultura de lo fácil, adoptando recursos como la inmediatez, la ridiculez o cualquier otro artilugio que genere un “pulgar arriba”. Es la era del “clic”, y en ella se refleja como respiramos por la apariencia y morimos por el consumo, dejando nuestra identidad sociocultural al desnudo.
Esta exposición en el ciberespacio también es el espejo de los barrios, allí, donde la obra de Pablo crece y se comparte… no el cubismo de Picasso, ni la trova de Milanés, sino la de aquel patrón del mal asesinado en 1993. Por ejemplo; en nuestro país se abre el telón cubierto de humo del vape, un dembow de fondo y una “menol” que, con su cintura, hizo que Wander sea franco. Al cerrarse el telón se desviste una misma analogía: Fama, belleza y dinero rápido.
Atraídos por los hilos que influyen para que actuemos como especie de naranja mecánica, nuestra juventud baila por la plata como monos sin cordura, olvidando lo fundamental y quizás dando paso a una posteridad egoísta y fría. ¿Todavía tenemos tiempo para cambiar la narrativa del nuevo éxito?