Fitzgerald Tejada
El término de la posverdad, se puso de moda durante la segunda década de los 2000, significando decir una mentira, tantas veces como sea necesario, hasta transformarla en verdad. En el campo de la filosofía, la raíz de la posverdad, se halla en el movimiento cultural del posmodernismo y el relativismo. Esto abrió la puerta para un tipo de política en donde todo es relativo, es decir que depende del punto de vista, ya que no existen límites entre la razón y la ficción.
La posverdad, es sencillamente una mentira o una estafa, encubierta en una expresión de simulación que oculta detrás un sentimiento de manipulación para jugar con las emociones de las personas y sacar provecho propio en determinadas circunstancias. Además, una distorsión deliberada del entorno, cuyo único interés procura tergiversar los hechos, con la finalidad de influir en la opinión pública, generando actitudes adversas en contra de aquello que acontece de manera real.
Su significado etimológico creció en popularidad, cuando fue entronizada como “palabra del año” por el Diccionario Oxford; un neologismo derivado de la elección de Donald Trump, como presidente de los Estados Unidos (EEUU), y también, por el referéndum del Brexit, relativo a la salida del Reino Unido, como miembro de la Unión Europea. Ambos, matizados por un peculiar contexto donde, en el debate político, lo importante no es tener razón, sino ganar la discusión.
Otro hito en el uso inapropiado de este término ocurrió a partir del 1933, después que el dictador Adolfo Hitler, arribó al poder en Alemania. En aquel tiempo, hubo un accionar atribuido al ministro de ilustración pública y propaganda nazi, Joseph Goebbels, quien fue un político alemán, reconocido por la trascendencia e impacto de su estrategia antisemita, referente al acto de mentir para incitar el odio racial, en contra del pueblo judío, más allá del prisma de la moralidad.
El papel de Joseph Goebbels, extrajo una utilidad innegable de la posverdad: la adaptación emocional del pueblo alemán, a la mentira que, repetida mil veces, se convirtió en una trágica verdad. En consecuencia, la euforia inducida por el horror de la calumnia, la infamia, la falsa y la grosera propaganda nazi, acabó exterminando, casi por completo, a la población judía; discriminada, perseguida, vilipendiada y acusada, por un prejuicio creado a la sombra de la infame posverdad.
Este proceso corrosivo que horrorizó a la humanidad, fue analizado por el filósofo, humanista y pensador británico, AC Grayling, quien alertó sobre los peligros de vivir en un mundo esclavizado por la posverdad, ya que su accionar amenaza con destruir el tejido de la democracia; advirtiendo además acerca de la descomposición gradual de la integridad intelectual, como resultado de la indignante propaganda “fake news” que, bajo esa premisa, nos toman por tontos útiles.
No obstante, el gobierno del presidente Luis Abinader, utilizar este mecanismo –a través de la Dirección de Estrategias y Comunicación Gubernamental (DIECOM)–, para readecuar, deformar e incluso, crear una versión distorsionada del pasado y trasmitir posteriormente una visión utópica del presente, sustentada en una manipulación mediática, disfrazada de relaciones públicas que utiliza a terceros: activistas políticos, periodistas e influencers, para desplegar una demagógica campaña “moralista” que intenta disimular su ineficaz manejo del Estado.
Apelando a la posverdad, los estrategas del Partido Revolucionario Moderno (PRM), buscan desnaturalizar la percepción de la población, sobre lo acontecido en el país, durante las administraciones del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), en procura de que, el análisis objetivo de la realidad, tenga menos influencia en la opinión pública que los argumentos que apelan a la invención; pretendiendo así, borrar la impronta del PLD, alegando que durante sus veinte años de gobierno, la República Dominicana, se mantuvo sumergida en un proceso involutivo que destruyó el aparato productivo nacional. ¡Nada más incierto!
Infortunadamente, bajo los mandatos gubernamentales del PLD, se cometió un sinnúmero de actuaciones que repercutieron en perjuicio del Estado, empero, también se produjeron importantes transformaciones que impactaron favorablemente a todos los sectores de la vida nacional. En retrospectiva, el balance promedio de la gestión peledeísta, mantuvo una notable tendencia hacia los niveles positivos del desarrollo sostenible y sustentable, en cuanto al progreso económico, el bienestar social y la estabilidad emocional de la población.
Para hacer un paralelismo con la retórica perremeísta, respecto a la corrupción, apelamos al decano de la prestigiosa Real Academia Española, Darío Villanueva, quien manifestó que, cito: “el sustantivo de la posverdad, hacía referencia a las aseveraciones que dejan de basarse en acontecimientos objetivos, para apelar a emociones o deseos del público”. Es decir que ese argumento simboliza un pretexto para intentar tenazmente dirigir la sanción popular en contra del PLD, y tratar de minimizar los escándalos acontecidos en la presente gestión, los cuales superan en promedio a lo sucedido durante veinte años de gobierno.
Por consiguiente, es entendible la premura de la maquinaria gubernamental, por pretender desviar recursos hacia la publicidad estratégica de la presidencia, porque necesitan una justificación para armar un mamotreto que ponga en funcionamiento un mecanismo de manipulación informativa y propaga de mentiras planificadas, para construir una memoria colectiva que accione contra la historia recientemente acontecida.
Sin embargo, ese propósito será imposible de materializar porque, el metro, el teleférico, los túneles, los elevados, las extensiones de la UASD, la estabilidad macroeconómica, el control de la inflación, el desarrollo de la agropecuaria, el desarrollo de la industria, el sistema 911, la masiva construcción de aulas escolares, la tanda extendida y la estabilidad del sistema energético, entre otros aportes heredados del PLD, simbolizan un activo tangible, muy difícil de borrar por más que lo intente la actual administración.
En retrospectiva, los peledeístas no perdieron las elecciones del 2020, porque hicieron un manejo inútil del Estado, como ahora pretenden alegar los perremeístas, sino más bien fueron derrotados por causa de la división interna, producto de las pugnas grupales que se produjeron en esa organización, las cuales dañaron a la propia cohesión partidaria y, por consiguiente, ocasionaron su estrepitosa salida, primero de los ayuntamientos, y después en el congreso y la presidencia de la república.
Esa situación, sumada a la crisis sanitaria y financiera, heredada de la pandemia del Covid-19, generó un notable incremento de la inconformidad, en la población dominicana, lo cual fue aprovechado sagazmente por el PRM, para instrumentar su propósito a través de la Marcha Verde, las protestas frente a La Plaza de la Bandera, y la animadversión entre los peledeístas; creando una tormenta mediática, en la prensa nacional, hasta tal punto que colocaron el PLD, a la defensiva, desorientado frente a un plan maestro, cuya dimensión desembocó en una crisis electoral.
Posteriormente, después de su llegada al gobierno, los perremeístas se percataron de que no precisaban hacer mucho esfuerzo por mantener cautivada la atención de la población, sino que simplemente podían mentir de forma repetitiva para satisfacer el morbo social, y ocultar así, su carencia de condiciones, cualidades y actitudes, frente al imponente legado del PLD, por lo que se vieron obligados a crear un espejismo de alarde “puritano” revestido con un supuesto “manto ético” que se desvanece conforme avanza su peregrinación.
En la adecuación de su narrativa, sobre la situación real del país, el gobierno del PRM, utiliza la misma técnica y maniobra desinformativa que emplea contra la pasada administración, pero para vender la idea de bienestar y estabilidad –referente al crecimiento económico–, maquilla cifras estadísticas, presentando un panorama de ensueños que solamente cabe en la mente de algunos ilusos y afines, insistiendo sarcásticamente en querer dar la impresión de que no estamos en crisis, sino de que somos la economía con mayor nivel de crecimiento en el mundo.
Con argumentos, tales como, cito: “relanzamos la actividad económica, logrando una de las tazas de recuperación más altas a nivel mundial, lo que generó un crecimiento del producto interno bruto (PIB), de un 12.3%, en el año 2021, proyectando la economía dominicana, como la tercera con mayor crecimiento para el 2022”, y también como, cito: “el turismo creció un 39.9%, alcanzando cifras récord, con dos millones de turistas, en los primeros cuatro meses del 2022”, el gobierno de Luis Abinader, intenta desesperadamente demostrar un desempeño que solamente puede ser plasmado en papeles.
Paradójicamente, a pesar de la exorbitante cantidad de préstamos contraídos en organismos internacionales de crédito –más de trece mil millones de dólares–, la población dominicana, no logra distinguir en el horizonte próximo ni una sola obra de infraestructura que identifique la huella de la administración del presidente Luis Abinader, a quien debemos reconocer porque hace ingentes esfuerzos por enmendar los innumerables desatinos de su gestión, en materia económica, sanitaria, alimenticia, educativa, migratoria y seguridad ciudadana.
Definitivamente, estamos ante un gobierno de gente inepta y farsante, carente de preparación para manejar el Estado, pero diligente en cuanto a la práctica doble moral, porque son corrutos como el que más e incapaces como el peor; tan irresponsables como cínicos, ya que llevan dos años corriendo a los temas pendientes y echando la culpa al gobierno anterior, sin ni siquiera haber hecho un mínimo esfuerzo por resolver alguno de los temas nacionales. ¡Por eso se van!